Leí una noticia vieja: «Un imigrante magrebí se traga un móvil en Roma y la policía lo salva». Es decir, qué la policía pasa por allí y ve a un tipo tirado por los suelos escupiendo sangre, rodeado de compatriotas, lo sube al coche, lo lleva al hospital, y allí le extraen un Nokia de la garganta.
Pues bien, me parece imposible que (aparte del hallazgo publicitario de Nokia) un ser humano, por muy alterado que esté, se pueda tragar un móvil. El periódico avanza la hipótesis de que el episodio se produjo durante un ajuste de cuentas entre traficantes y, por lo tanto, es más verosímil que el móvil haya sido introducido en la boca a la fuerza, no como delicatessen sino como castigo (quizás el castigado había llamado a alguien y no debía hacerlo).
La piedra en la boca es un ultraje de origen mafioso y se suele hundir en las fauces del cadáver de alguien que ha revelado secretos a extraños (hay una película de Giuseppe Ferrara con ese título (Il sasso in bocca), y no hay nada de sorprendente en que esa práctica haya pasado a otros grupos étnicos.

Ahora bien, esta vez no se trata de una piedra sino de un móvil, y esto me parece extremadamente simbólico; la nueva criminalidad ya no es rural; es urbana y tecnológica: es natural que los rituales mafiosos se <cyborgicen>. No solo eso, sino que hundirle a alguien el móvil en la boca es como si le metieran los testículos, es decir, lo más íntimo y personal que posee, el complemento natural de su corporeidad, extensión de la oreja, ojo y a menudo también del pene. Ahogar a alguien con su móvil es como estar ahogándolo con sus mismas viseras. Toma, te ha llegado un mensaje.
Jajajajaja hilarante….
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