Llegó un momento, quizá el de más oscuridad, en el que noté su presencia. Ahí estaba. Ahí estuvo siempre. En una esquina, junto a mi armario. Desde allí me observaba con sus ojos secos como si fueran dos bolas de barro árido, como si, tiempo atrás, hubieran estado húmedos y vivos. Pero para entonces sólo eran montones de tierra a punto de desmoronarse.
Yo sabía quién era. Lo sabía, porque tenía que convivir con él cada segundo, cada día y noche. Estábamos unidos por lazos completamente inquebrantables. Sin embargo, cuando me miraba, podía sentir el peso de todas las desgracias; el pecho se me cerraba y las lágrimas se desbordaban de mis ojos sin siquiera tener una razón, o quizá, teniendo todas las razones. Al verlo me convertía en un espíritu solitario, en un cuerpo sin contenido. Absorbía mi energía y la transformaba en pesadez, dejándome en un estado de completa lejanía con el mundo.
¿Por qué mentir? Si ya saben la verdad. Aquel acechador era mi reflejo, y por más que intenté evitar su presencia, embargó la poca esperanza que aún quedaba en mí.
Y ahora ya no existo.

Autor: Caravaggio (1594-96).
Año: entre 1597-1599
Muy bueno!
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Fascinante…
Gracias Aldana.
Un abrazo.
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Gracias
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😉
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Qué agradable apreciación. Gratitudes ❤️🎼
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[…] Cuento by me — lunfafirule.wordpress.com […]
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Muy bueno. Buscaré otro material tuyo para leerlo
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