Escritora, redactora y editora del lado infra literario opuesto a la revistilla del montón* – palabras de René Wellek y Austin Warren en su obra " Sobre la Teoría Literaria". Editora en el sitio Masticadores Sur
Amor, s. Insania temporaria curable mediante el matrimonio, o
alejando al paciente de las influencias bajo las cuales ha contraído el
mal. Esta enfermedad, como las caries y muchas otras, sólo se expande
entre las razas civilizadas que viven en condiciones artificiales; las
naciones bárbaras, que respiran el aire puro y comen alimentos senci-
llos, son inmunes a su devastación. A veces es fantal, aunque más fre-
cuentemente para el médico que para el enfermo.
Solo cuando dejemos de creer en el amor, nos vamos a poder enamorar. Dejar de creer en el amor con MAYÚSCULAS, en el amor único, pleno, normativo, omnipotente. En el monoteísmo del amor. Dejar de asociar el amor con la creencia, con la religión, con la trascendencia. «DEJAR DE».
El amor como movimiento de salida, de escape, de desarme de uno mismo.
En el amor siempre se sale pero nunca se llega. Se sale pero no hay un afuera. No hay un amor mejor. Todo ideal del amor sigue siendo una forma de ensimismamiento. Por eso salir o que nos saquen. El amor es una incertidumbre, un riesgo, una osadía. Pero también es contingencia, vértigo, inseguridad. No sabemos lo que hay pero sabemos que queremos irnos de aquí.
Dejar de creer en el amor para que acontezca el flechazo. Desnudarse para que nuestros cuerpos refuljan y se vuelvan vulnerables. El flechazo desarma el ideal romántico del amor: porque es incalculable, impredecible, inconveniente, injusto pero sobre todo porque no depende de nosotros. Nadie se enamora porque quiere.
Pobre amor el que es efecto de una voluntad, de un entendimiento, de una opción, de un interés… y pobre amor el que es un resultado de una coacción, de un imperativo, de un mandato.
Para ser feliz hay que enamorarse. «HAY QUE». Donde termina el deber, comienza el amor; donde hace ruido la ley aturde el amor. El flechazo desarma la soberbia del sujeto. Nadie se enamora del resultado de un cálculo. Probablemente la persona más conveniente para enamorarse no sea objeto de nuestro deseo.
Norma Jeane Baker nació en 1926 en Los Ángeles. Parecía predestinada a triunfar en Hollywood desde el principio, aunque sus primeros años ya fueron azarosos, al nacer en el seno de una familia en la que el padre abandonó a la madre con ella embarazada.
Su madre la llamó Norma porque su actriz favorita era Norma Talmadge, una de las grandes estrellas del Hollywood de la época del cine mudo. Todo seguía apuntando a su futuro en la meca del cine. Pero comenzó como modelo, dada la imagen tan atractiva que tenía y que enamoraba a la cámara.
A mediados de la década de los 40 comenzó en el cine, al principio con pequeños papeles, hasta que en 1953 se consagró con su papel en Niágara. A partir de ahí, su carrera al estrellato fue meteórica. Su vida personal era también una montaña rusa, con varios matrimonios fallidos y un desgaste que comenzó a notar a finales de los 50, cuando comenzó a sufrir diversos problemas de salud.
De todos son conocidos los rumores de amoríos de Marilyn Monroe con con los hermanos Kennedy, su volcánica personalidad y la atracción que por ella sentían productores, directores y compañeros de profesión.
La cuestión es que la vida de Marilyn, mejor dicho Norma Jeane, se fue torciendo de tal manera que acabó falleciendo en 1962 con tan sólo 36 años por una sobredosis de barbitúricos. Se truncaba así la vida de una de las actrices más adoradas del cine, que sin embargo tuvo una carrera muy corta. Lo suficiente para dejar una huella imperecedera en la cultura popular y en la mente de todos sus fans, que muchas décadas después siguen recordando a la actriz rubia más impactante de todos los tiempos. Marilyn era una lectora empedernida que leía a Alberti y a Lorca, con muchas caras diferentes y una vitalidad contagiosa que sin embargo acabó siendo derrotada por su fama y por la presión de un mundo que muchas veces castiga a los más dotados por el simple hecho de ser eso, gente con talento.
Marilyn Monroe no era ajena a las fotos, pero la mayoría de la gente nunca la vio en privado. Hay muchas imágenes de ella, al fin y al cabo es uno de los rostros más populares de la historia del entretenimiento. Pero hoy hemos decidido ofrecer a nuestros lectores un regalo visual, reuniendo algunas fotos de la actriz que no son tan conocidas. Aquí puedes ver fotos de la sirena relajándose en casa, probándose trajes y perdiéndose en un libro. Esperamos que disfrutes tanto viéndolas como nosotros hemos disfrutado recopilándolas. Esperamos también que te sorprendan y que te hagan ver más allá de la mujer que impactó al mundo tras hacer un buen puñado de buenas películas. Porque Marilyn era mucho más que eso.
El deseo de ser dependiente o de sufrir no es el opuesto al de dominar o de infligir sufrimiento a los demás. Ambas tendencias constituyen el resultado de una necesidad básica única que surge de la incapacidad de soportar elaislamiento y la debilidad del propio yo. Esto se denomina «simbiosis», y constituye la base común del sadismo y el masoquismo. La simbiosis,en este sentido, se refiere a la unión de un yo individual con otro (o cualquier otro poder exterior al propio yo), unión capaz de hacer perder a cada uno la integridad de su personalidad, haciéndolos recíprocamente dependientes.
El sádico necesita de su objeto, del mismo modo que el masoquistano puede prescindir del suyo. La única diferencia está en que en lugar de buscar la seguridad dejándose absorber, es él quien absorbe a algún otro. En ambos casos se pierde la integridad del yo. En el primero se pierde al disolverse en el seno de un poder exterior; en el segundo, se extiende al admitira otro ser como parte de su persona, y si bien aumenta en fuerzas, ya no existe como ser independiente.
Uno de los errores que lleva a suponer que no hay nada que aprender sobre el amor, radica en la confusión entre la experiencia inicial de «enamorarse», y la situación permanente de «estar enamorado» o mejor dicho de «permanecer enamorado».
Si dos personas, que son desconocidas la una para la otra, dejan caer de pronto la barrera que los separa, se sienten cercanas, se sienten uno: ese momento de unidad, constituye uno de los más estimulantes excitantes de la vida, y resulta más maravilloso para aquellas personas que han vivido encerradas, aisladas, sin amor. Ese milagro de súbdita intimidad, suele verse facilitado si se combina una atracción sexual, y su consumación; sin embargo, tal tipo de amor es por su misma naturaleza, poco duradero.
Las dos personas llegan a conocerse bien, su intimidad pierde su carácter milagroso, hasta que su antagonismo, sus desilusiones, su aburrimiento, terminan por matar lo que pueda quedar de la excitación inicial. No obstante, al comienzo no saben todo esto, en realidad consideran tal intensidad del apasionamiento, el estar «locos el uno por el otro», como una prueba de intensidad de su amor, cuando solo muestra el grado de su soledad interior. Esta actitud, sigue siendo la idea prevaleciente sobre el amor, a pesar de las abrumadoras pruebas de lo contrario.
A partir de la RevoluciónIndustrial, se instaló como principio irrefutable, que el amor es el hijo del placer sexual, y que dos personas se amarán si aprenden a satisfacerse recíprocamente en el aspecto sexual. Esto, en realidad, corresponde a la ilusión general de suponer que el uso de las técnicas adecuadas es la solución, no sólo de los problemas técnicos de la producción industrial, sino también, de todos los problemas humanos.
En verdad, es precisamente lo contrario. El amor no es el resultado de la satisfacción sexual adecuada, por el contrario, la felicidad sexual, (y aún el conocimiento de la llamada «técnica sexual»), es el resultado del amor.
El estudio de los problemas sexuales más frecuentes, (frigidez en las mujeres y las formas más o menos serias de impotencia psíquica en los hombres), demuestra que la causa no radica en una falta de conocimiento de la técnica adecuada, sino en las inhibiciones queimpiden amar. El temor o el odio al otro sexo están en la raíz de las dificultades que impiden a una persona entregarse por completo, actuar espontáneamente, confiar en el compañero sexual, en lo inmediato y directo de la unión sexual. Si una persona sexualmente inhibida puede dejar de temer u odiar, y tornarse entonces capaz de amar, sus problemas sexuales están resueltos. Si no, ningún conocimiento sobre técnicas sexuales le servirá de ayuda.
¡Odio a los resignados! Odio a los resignados, igual que odio a los indecentes, igual que odio a losharaganes.
¡Odio la resignación! Odio la indecencia, odio la inacción. Odio al enfermo encorvado bajo el peso de una fiebre maligna; odio al enfermo imaginario que, con un poco de voluntad, volvería a poner derecho.
Compadezco al hombre encadenado, rodeado de guardianes, aplastado por el peso del hierro y del número.
Odio a los soldados encorvados por el peso de un galón o de tres estrellas; a los trabajadores encorvados por el peso del capital.
Amo al hombre que dice lo que piensa donde quiera que se encuentre; odio al mendigavotos, a la búsqueda perpetua de la mayoría.
Amo al sabio aplastado por el peso de las investigaciones científicas; odio al individuo que inclina su cuerpo bajo el peso de un poder desconocido, de una X cualquiera, de un dios.
Odio, repito, a todos aquellos que, cediendo a otro, por miedo, por resignación, una parte de su poder de hombres, no solamente se aplastan, sino que me aplastan, a mí y a aquellos a los que amo, con el peso de su horrible consentimiento o de su inercia idiota.
Los odio, sí, los odio porque yo, lo siento, no me inclino ante el galón del oficial, la banda del alcalde, el oro del capitalista, las morales o las religiones; hace tiempo que sé que no son más que baratijas que se quiebran como el cristal… No me inclino bajo el peso de la resignación del otro. ¡Ah, cómo odio la resignación!
Amo la vida. Quiero vivir, no mezquinamente como esos que no satisfacen más que a una parte de sus músculos, de sus nervios, sino ampliamente, satisfaciendo a mis músculos faciales tanto como a los de mis pantorrillas, a la masa de mis riñones del mismo modo que a la de mi cerebro.
No quiero trocar una parte de ahora por una parte ficticia de mañana, no quiero ceder nada del presente a los vientos del porvenir. No quiero que nada en mí se incline ante las palabras «patria, Dios, honor». Conozco bien el vacío de tales términos: espectros religiosos y laicos.
Me burlo de los retiros, de los paraísos, ante la esperanza de los cuales mantienen sus resignados las religiones y el capital. Me río de esos que, acumulando para la vejez, se privan en su juventud; de esos que, para comer a los sesenta, ayunan a los veinte años.
Yo quiero comer cuando todavía tengo los dientes fuertes para desgarrar y triturar las saludables carnes y los frutos suculentos, cuando los jugos de mi estómago digieren todavía sin ningún problema; quiero beber, cuando tenga sed, líquidos refrescantes o tónicos.
Quiero amar al prójimo según convenga a nuestros deseos comunes, y no quiero resignarme a la familia, a la ley, al Código Civil; nadie tiene derecho sobre nuestros cuerpos. Tú quieres, yo quiero. Burlémonos de la familia, de la ley, antigua forma de resignación.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que el derecho es nefasto. Que lo derecho me da nauseas. Que me enamora lo torcido. Que me deleitan mis arrugas.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que la criminología me parece obstaculizante, un límite oscuro. Que incluso su versión “crítica” me parece sumamente opaca. Sumamente dócil. Que pensar desde una única “disciplina” es caer en la más eficaz de todas las trampas del positivismo. Que necesitamos licuadoras. Que necesitamos batidoras. Que estudiar lo que te dicen que estudies es sumisión. Que la “cuestión criminal” no es una isla. Que los diplomas sirven para “caretearla”. Para tener un poco de capital simbólico. Para que algún sonámbulo elitista tarde un poco más en prejuzgarte. Que los diplomas son berretas. Cartón pintado. Que lo importante lo aprendés a pesar de la academia y no gracias a ella. Que si creés en la epistemología rizomática tenés que estudiar mucho, caminar mucho, experimentar mucho, vibrar mucho, conversar mucho, dudar mucho pero NUNCA, NUNCA, NUNCA encerrarte en tu casa a intentar memorizar qué sostuvo tal o cual autor en contraste con tal o cual teoría. Que los autores hacen caca. Mucha caca. Que por el pito o la vagina les sale pis. Mucho pis.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que hablar de “abolicionismo penal” ya fue. Ya pasó. Que la utilización de este concepto identitario cumplió su ciclo. Que aunque intentemos evitarlo de mil maneras el adjetivo “penal” tiene una carga simbólica endogámica. Que esa carga nos perjudica. Que discursivamente nos condiciona. Que no podemos facilitar los “errores” interpretativos de nuestros eventuales interlocutores. Que no podemos permitir que algún distraído piense/afirme/sospeche que sólo nos preocupan las cárceles, los sistemas de enjuiciamiento, las normas procesales o los contextos de encierro. Que los barrotes joden. Claro que joden. Pero no sólo los barrotes. Que los barrotes son apenas consecuencia. Que los barrotes son evangelio. Que los barrotes son globalización. Que los barrotes son otredad. Que los barrotes son estigmatización. Que se impone hablar de “abolicionismo de la cultura represiva”. Que Platón es enemigo. Que queremos la cabeza de Platón en una bandeja de plata. Que Dios no es amor. Que “los dioses” son mejores, más simpáticos, más falibles. Que hay mucho mercenario santificado. Que no hay nada más lindo que bajar de los altares a las momias. Que las calculadoras son decorativas.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que la alegría es miserable. Que me molestan “los felices”. La sobreactuación del “todo bien”. Que no le tengo miedo al conflicto. Que lo disfruto. Que me peleo por todo. Que no soy pacifista. Que nunca lo fui. Que nunca lo seré. Que pelear es fascinante. Que el “consenso” y la “unidad nacional” son consignas lamentables. Que la patria es un mal invento. Que ni loca me pongo una escarapela. Que a mi mamá la quiero por buena y no por madre. Que el “cuidate”, luego del saludo, me resulta amenazante. Que no me quiero cuidar cuando alguien me lo pida. Que me cuido si quiero. Y si no quiero no me cuido. Que desconfío de los curas. Que desconfío de las curas. Que reivindico la enfermedad.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que no me interesa ningún tipo de sacrificio. Que odio el trabajo. Odio los relojes. Odio los horarios. Odio la inercia. La repetición enceguecida. Que dormir me apasiona. Que dormir mientras suceden cosas “importantes” me apasiona mucho más. Que un presidente me resulta indiferente. Que un grupo de presidentes (todos juntos en un recinto cerrado) despierta mis instintos terroristas. Que una bomba colocada a tiempo no es pecado. Que nada es pecado. Que mucho es pescado. Que brindo por mí. Que las milanesas son gloriosas. Que el pan rallado es una metáfora política excelente. Que el cinismo me resulta encantador.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que el snobismo cool rebel friendly es una mierda. Que si esto del “abolicionismo” te gusta sólo un rato mejor que ni te guste. Que militar suena a “milico” pero es hermoso. Que militar no es dictadura. Que un militar es un payaso. Que transformar es obligatorio. Que “hacer cosas imposibles” es oficio. Que se puede ejercitar. Que se debe ejercitar. Karate Kid. Señor Miyagi. Encerar. Pulir. Cobra Kai.
Uno ingresa en un dispositivo previo en el que se construye nuestra subjetividad afectiva.
¿Todos estamos repitiendo la historia de Adán y Eva? O sea, ¿estamos repitiendo la historia Romeo y Julieta?, ¿la de Don Quijote y Dulcinea?, (con esas tres cagaste), porque tenés sociedad patriarcal amor trágico y muerte absurda y construcción y de un otro imposible. Nunca hay contacto con la otredad. La química del amor, es esa cosa que «no sé que es lo que me enamora». No es que no crea en el amor. sino que no creo en un amor que surja en el contacto con la extrañeza del otro. Que no es más que proyectar en el otro, lo que yo necesito que el otro sea para mi propia tranquilidad. Porque si el amor termina siendo eso, no es amor. Y no discuto con los que piensan que el amor tiene que ver con uno, y con el otro; porque se apropian de un sentido del amor que para mí no existe.
Es como discutir con los religiosos que uno habla de Dios, y te dicen «para qué hablás de Dios, si sos ateo». ¿Y quién te dijo a vos, qué tenés la propiedad del concepto de Dios, solamente porque sos religioso?, digo, vos sos el que traiciona a Dios en realidad… porque es en tanto y en cuánto lo defíns vos, y eso no vendría a ser Dios… Lo mismo pasa con el amor. Al amor, hay que separarlo de la economía. El amor es una pérdida. Es aneconómico, en el sentido de que es una entrega. Si uno se enamora, esto no se relaciona con una categoría de mercantilización. La definición de amor como entrega; o sea, cuando uno ama la prioridad tiene que ser lo que el otro piensa.
Con los hijos se da este tipo de amor, donde están los dos polos bien marcados: aquel padre que hace del hijo lo que él necesita, que el hijo sea para su propia realización…y que le dice al hijo «mirá, yo te amo tanto, que te marco lo que tenés que hacer», y en nombre del amor, le caga la vida. Después está el otro padre, sabiendo que tenés la potencia, la capacidad de ejercer un poder sobre el otro, porque el otro se te muestra en su debilidad, y sin embargo, aún así, no avanzas. Porque amás. Cuando lo propio de lo humano es «mostrame una debilidad y te morfo» O sea la retirada: la renuncia al Ego propio.
¿Cómo definimos al amor? No vivimos al amor como algo propio. Al amor lo colocamos en un dispositivo conceptual, desde el cual se nos arroja toda una serie de certezas, y eso es lo primero que hay que poder romper para salir de la monogamia. Si ese es nuestro propósito. Romper con las formas en que definimos el amor, porque está directamente ligada a la forma en que se estructura la monogamia.
Hay una línea que une tres conceptos: la monogamia, el ideal de amor romántico, y la heteronormatividad.
El ideal de amor romántico, es la famosa premisa de que el ideal de pareja es una media naranja: es ese lugar donde se vende la idea de que «hay alguien elegido para uno que nos espera», y con quién alcanzamos «una especie como sobredimension espiritual con otro,.que nos realiza, que nos plenifica. Esta idea está muy ligada a la idea de monogamia, al ideal de amor romántico, puesto en un otro que no cierra, y al mismo tiempo, ambos conceptos están directamente ligados un paradigma político: el de la heteronormatividad, (no hay que olvidarse que la heterosexualidad, se vuelve heteronormatividad, cuando el modelo familiar o vincular heterosexual termina imponiéndose «como el único modelo posible» porque se supone que expresa la naturaleza de lo humano), entonces detrás de ese modelo dual, que separa genitalmente el varón y la mujer, se empiezan a estructurar toda una serie de formatos de instalación de un tipo de vínculo, que tiene como consecuencia un ordenamiento social en general.
Ahora, la pregunta típica que es con la que casi siempre se comienza las disquisiciones sobre la monogamia: ¿es natural o no es natural la monogamia? ¿Los animales son monógamos?
Si la monogamia estuviera ligada a la naturaleza, se supondría que es una tendrías que tomar partido en una respuesta avalada por un discurso único, que estaría demostrando que la naturaleza de lo viviente establece previamente el tipo de vínculo que hay entre dos seres, entonces sí sería un aval incuestionable.
Pero se afirma con una respuesta, basada en una conducta en la práctica cultural e histórica; y no en parte de organismo. A todo esto, la reflexión que eleva a la monogamia es simple: «no creemos en la naturaleza».
Cuando pensamos al amor nos parece algo más del plano de la emoción, algo que no convoca al pensamiento, o que en todo caso se halla en una relación conflictiva con la razón… La reformulación sería: ¿De qué me enamoro? ¿De quién me enamoro? ¿Me enamoro de alguien en concreto? ¿Me enamoro de un otro? ¿O me enamoro de una construcción, o proyección fantasmagórica que hago yo, en el otro, de mí mismo: de mis carencias, de mis necesidades, de mis frustraciones, incluso de lo que no puedo dar cuenta? Siempre a metros, pero sin nunca lograrlo, ya que un amor que cierra es un amor que desaparece. Por lo tanto, en el amor como búsqueda hay una necesidad de que siempre quede algo abierto, una búsqueda que desde el principio se sabe imposible. Ahora, si el amor es lo abierto, ¿cómo podría lo abierto cerrarnos?
Cuando pensamos al amor nos parece algo más del plano de la emoción, algo que no convoca al pensamiento, o que en todo caso se halla en una relación conflictiva con la razón;¿Y no es el amor eso? ¿No se juega el amor, en algún sentido, en esa especie de vocación por tratar de alcanzar algo que siempre se nos escapa? Heidegger decía eso: ojo que nuestra relación con las cosas primero es afectiva y después es racional. Que hayamos construido la imagen de un ser humano que ejecuta lo que antes piensa es otra cosa: es una manera de autojustificación, de expiación, incluso de autoelevación de nuestras capacidades. Pero hay algo que no manejamos, una disposición afectiva. Hay dos relatos famosos sobre el morir por amor que penden como idealizaciones en la construcción de nuestra subjetividad afectiva. Ambos traumáticos. Por un lado, Romeo y Julieta. Está claro que toda idealización suele ser la proyección de una plenitud supuestamente alcanzable que estaría guiando el desenvolvimiento de nuestras acciones: se parte por ejemplo de un ideal de amor y se tiende en todas nuestras prácticas hacia su realización. El problema empieza cuando, a pesar de toda la intención, nos vamos dando cuenta de que, cuanto más aspiramos a alcanzarlo, más nos negamos a nosotros mismos. Conciencia invertida del mundo, diría Marx: hay amor ideal, pero no es para nosotros… Es porque no es. ¿Qué expresan las idealizaciones sino la imposibilidad de amar aquí en la Tierra, con todas sus contradicciones, contrastes, miserias, contingencias? Está puesto tan arriba el amor que después todo amor mundano se nos vuelve una cagada, y esa aspiración nos ensueña y encierra en un amor cuyo partenaire es uno mismo idealizado, esto es, sin todas nuestras mierdas.Las preguntas del presente. Si lo abierto es compañero del amor, por lo menos ya podemos, para empezar, eliminar la iconografía imaginaria del amor de verano, amor de bronceador, amor como camino a la felicidad, amor como rostro sonriente de publicidad de dentífrico. Y también podemos borrar la idea de que el amor genera sosiego, genera tranquilidad, genera estabilidad. Lo generaría si el amor fuese realmente la posibilidad de acceder a una plenificación. Con esto no digo que el móvil del amor no sea plenificarnos. Estoy diciendo algo peor: que siendo el móvil del amor la búsqueda de la plenitud, sin embargo nunca puede alcanzar ese propósito final. Se nos cae todo un dispositivo que entiende la relación de medios a fines como una relación utilitaria. ¿De qué sirve el amor si, en tanto medio, no nos brinda la consecución de ningún fin? Dos cosas: una, ¿sirve el amor? Y dos, subversiva tarea la de pensarnos impulsados por lo imposible.
El amor, un imposible que solo siendo imposible cobra sentido y por eso, cuando es posible, nunca cierra… Pero además el amor tiene algo de inevitable. Lo trágico del amor es que no se puede no amar, con lo cual su carácter paradójico entra en tensión con su carácter ontológico; o sea que si en todo amor hay siempre algo que no cierra, y el amor está en todo, entonces en todo lo que hacemos hay algo que no cierra… ¿Qué cagada, no? Es cierto que podemos buscar prácticas más ascéticas en relación a lo que uno hace, pero incluso el ascetismo es una forma de erotismo: que algo no nos afecte es una forma de la afección. Nuestra apertura al mundo primero es afectiva; o sea, las cosas nos afectan. Disponen en nosotros estados de ánimo. Las cosas nos van o no nos van, y después armamos todo un sistema de justificación racional para que cobren sentido en la constitución de la trascendencia… Bah mejor me quedo en el plano onírico… Es mejor “Is this a kind of magic”… La Maga de Rayuela que al trasmutar en plano tangible habrá de ser: “una pobre médica harapienta”… ¿¿Te acordás, hermano??. La mirada constante, la palabra precisa, la búsqueda irreducible, tú… A lugar rechazo las rimas consonantes de Neruda Cohelo de amar en la tarde campesina, en el cometa Halley mirándonos desde arriba… (Aditivo perfectivo por deferencia, pasa desapercibido…) La existencia supone esta zona de indefinición conceptual. Existencialismo básico: la razón viene siempre después. Por eso el mundo, en el fondo, no tiene sentido, porque en el fondo no hay fondo. El amor, claramente, tiene que ver con esa zona de indefinición. Ojalá fuese explicable… ese bello tema de los Virus. ¿Se acuerdan? “Vamos controlando los sentimientos”. A propósito de Virus… Ciencia Ficción eh… Al pie Extra … Nada es real .. todo es ficción… Sex pistols… (Otro post amerita). La Panacea de felicidad que nos desliga de la responsabilidad respecto del amor cruel e incapaz… elavase sobre la paparruchada de que los sentimientos, derivan maquinalmente de decisiones racionales volitivas. [Pero no] aún sabiendo con certeza, el carácter inoportuno de fulanito vínculo amatorio… Lo abordamos.Es más; cuánto menos nos convenga, más nos impulsa el deseo de ir por lo inconveniente. Y lo peor es que no se entiende bien por qué… Son pocos los ámbitos donde obramos así, donde el cálculo no incide directamente en la acción. Pocos o ninguno. Nadie haría eso si tuviera que invertir su capital, su dinero, por ejemplo. Nadie iría con la guita que juntó toda la vida si le dicen “no te conviene invertir acá”. Nadie diría “no importa, no puedo, algo que no sé qué es me lleva hacia allí, así que invierto”. ¿En lo inconveniente? ¿Y no sucede que, si no se nos escapa, o sea, que si lo alcanzamos, lo que se produce de manera paradójica es más bien su propia disolución? Paradoja trágica del amor: búsqueda que cuando logra alcanzar lo que busca se disuelve como búsqueda. El problema es que, si el amor es la búsqueda, parecería que siempre debería estar a metros de alcanzar su objetivo. Si queremos está ahí… Waiting for the sun.
Parece que la palabra lealtad se asocia etimológicamente a la idea de legalidad, a la idea de la ley, más allá de todo pacto. No se es leal porque así lo pautamos. No hay lealtad porque cada contrayente ejecuta lo que había convenido. Si así fuera, la lealtad no sería necesaria. Se es leal más allá del pacto. O peor, se es leal cuando el pacto no se cumple. ¿Por qué permanecer si el otro no cumple con lo pautado? ¿No es suficiente razón para salirse? Es que la lealtad no tiene que ver con la razón. Si así fuera, no sería necesaria. Alguien no cumple y el otro rompe. Todo fríamente calculado: dos entidades que firman un contrato. Uno lo transgrede y el otro lo abandona. O ambos lo cumplen y así andan por la vida en la tranquilidad del buen funcionamiento de la reciprocidad. Andan tranquilos, seguros, triunfantes, felices. Pero la lealtad ni tranquiliza, ni asegura, ni es un triunfo, ni nos hace felices. Sobre todo si se define a la felicidad como tranquilidad, seguridad o triunfo. La lealtad es siempre a pesar. Tiene que ver con el pesar. Con otra forma de la felicidad, donde no hay ganancia sino entrega. Donde no hay seguridad, sino imprevisibilidad. Donde no hay tranquilidad, sino apertura. Es a pesar. Es aunque. No se es leal porque se recibe. Si así fuera, no haría falta la lealtad, ya que al recibir veríamos colmado nuestro deseo. Pero la lealtad no tiene que ver con la plenificación o con la satisfacción. No tiene que ver. Tiene algo de ceguera, de locura, de arbitrariedad, de confianza.
Parece que la palabra confianza se asocia etimológicamente a la idea de fidelidad, a la idea de fe. Hay algo religioso en la confianza ya que no hay ninguna comprobación fáctica que asegure que el otro se va a comportar como uno espera. No es medible la confianza, ni la fidelidad, ni la fe. Es más; no se es fiel porque es un buen negocio o una buena inversión. No se es fiel en un acuerdo mutuo. No se es fiel con el otro, sino que se es fiel hacia el otro, hacia cualquier otro. Si hubiera comprobación fáctica o demostración lógica, o medición exacta, la fe no sería necesaria. Si la fidelidad se pactara, entonces se convertiría en un contrato que es lo contrario a la fidelidad. No se contrata la fidelidad. Se es fiel porque no hay contrato. Si convenimos mutuamente ser fieles y establecemos derechos y obligaciones con castigos y cauciones, entonces la fidelidad no haría falta. Es que la fidelidad tiene que ver con la falta y los acuerdos tienen que ver con las posesiones. Acordamos para resguardar lo propio. Propiedad viene de propio. Acordamos para resguardar las propiedades, para asegurar lo que somos. Pero no se es fiel por lo seguro, sino por lo incalculable. Se es fiel aunque todo conduzca a lo contrario, aunque las cuentas no den, o incluso aunque el otro se escurra. Es que el otro siempre se escurre, porque es un otro, ya que si nos cerrara absolutamente no sería un otro, sino una proyección de uno mismo. Y así, la fidelidad no sería necesaria.
Se es leal al otro. No al otro que uno construye para su propio sosiego y orgullo de ser parte, sino al otro que molesta, que irrumpe, que amenaza, al otro que necesita. El otro es débil porque necesita. Si no necesitara, no sería un otro, sino un igual, un prójimo, un próximo. Pero la lealtad no tiene que ver con el semejante, sino con el extraño, con el carente, con el indigente, con el extranjero. Se es leal porque la debilidad del otro me obliga, me cachetea, me saca de lo propio. Ni siquiera se es leal al otro pensando que en cualquier momento ese otro podría ser yo mismo, ya que si así fuera, una vez más convertiríamos la lealtad en un cálculo, en un negocio, en un juego de conveniencias. No hay paga por ser leal porque la lealtad no es un bien, sino una ausencia. Un retiro, una retracción. No se es leal al poder, sino que se es leal resquebrajando todo poder. Se es leal para que el otro sea.
Lo que Natura non da Salamanca non dará never ni Neverland🖤🏴