Parafraseando y con sinonimias el diálogo original: «aborto para unas clasadas»; «pañoletas y corso verde inclusive, para las desclasadas.» (solo placebos)
El aborto, a pesar de ser señalado como un problema social y de salud pública, es un tema poco explorado por el contexto de ilegalidad y condena moral que lo rodea y, por ende, conlleva la clandestinidad y el estigma. Las consecuencias de segregación y “etiquetación” alcanzan no sólo a las mujeres que tienen un aborto y a los profesionales que las apoyan, sino también a aquellas personas que lo defienden como un derecho de las mujeres que por sus condiciones de pobreza y marginación social no pueden acceder a un aborto no legal en condiciones higiénicas seguras y cuyas consecuencias en su salud les obliga a demandar atención hospitalaria.
Dentro de la misma pragmática se incluyen las mujeres que sufren un aborto espontáneo y, por no disponer de recursos para la atención privada, padecen las consecuencias de una atención pública donde no se les reconoce como sujetos de derecho, y que sus características sociales las ubicaban en una situación de baja capacidad para ejercer el derecho a un trato digno que las hubiere de ayudar a afrontar las actitudes de los profesionales que las atienden.
La subyacente interpretación no puede dejar de lado las capacidades individuales de accionar, en el marco de un contexto social, estructural e ideológico que condiciona los comportamientos individuales. Asimismo estas capacidades están relacionadas con características sociales, culturales y de constitución del yo (self). La posición teórica que sustenta esa idea considera que los sujetos dan sentido a la acción desde la intersubjetividad, a partir de los significados subjetivos que se construyen en las diversas convenciones sociales, (que por cierto, han de perpetuarse, de manera pluridireccional.)
Las condiciones de pobreza hacen referencia no sólo a la escasez de recursos económicos sino también a los recursos sociales (educativos, relacionales y de información, entre otros) y a las capacidades para afrontar las situaciones adversas.
Las actitudes de los profesionales médicos ante las personas que demandan atención están relacionadas con la “etiquetación” que hacen de la persona enferma según las características de ésta, en función de las identidades y los estereotipos sociales.
Las mujeres que mueren como consecuencia de un aborto inseguro son las principales afectadas por este contexto político, legal y social que además penaliza su condición de pobreza, ya que son las más pobres quiénes se ven obligadas a recurrir a abortos con nulas o mínimas condiciones de seguridad. Asimismo son quienes sufren complicaciones graves y son denunciadas, de modo que todos los procesos penales y condenas ocurren entre las mujeres de los grupos sociales que presentan mayor marginación social.
La marginación social y la pobreza tanto en el nivel de los ingresos, las condiciones de vida, el acceso a servicios de salud y bienestar definían y limitaban sus capacidades para gestionar su vida sexual, familiar y social, para la definición de un proyecto de vida y finalmente su lugar en el mundo desde una posición subordinada y marginal.
Las características de pertenencia a un grupo social marginado le dan una especificidad propia a su condición de mujeres, en un país donde ocurre un proceso de cambio de valores y de comportamientos que modifican la imagen y el papel de las mujeres.
Estar a favor de la «despenalización del aborto’, y del «aborto legal»; no significa que yo ande abortando por la vida. Tampoco que cualquier mujer lo haga como quién se fuma un pitillo.
Soy madre de tres hijos. Sola. Me cuesta muchísimo, y me costaba ya en el momento de decidir tenerlos… Y elegí dar vida de igual forma.
Si estoy a favor de la despenalización, y del aborto legal, es porque no va a dejar de existir el aborto, aún si no se legalizara.
Lucho, como tantas otras personas, para que las mujeres de cualquier estrato social, tengan la posibilidad de acceder a un legrado como lo hace cualquier mujer de clase media o alta.
Cualquier mujer, (si no ha de ser pobre), tiene acceso a una clínica aséptica; en la que puede abortar decidiendo sobre su cuerpo, sobre su vida.
Las mujeres pobres no tienen derechos. Las mujeres pobres se mueren en una mesa de aborto clandestino, otrora en el intento de un aborto casero.
Yo lucho para que haya igualdad de derechos en todos los estratos sociales. Y más aún, a sabiendas de que ciertas prácticas, como el aborto, habrán de perpetuarse en la existencia humana.
Quizás, con el avance del reino animal, hacía la propia elección de humanizarse, y no a priori de los opresores, que obligan a civilizarse entre normas de ética y moral no consensuadas; indistintas de la real moral que necesita un ser con raciocinio, para compatibilizar con la empatía hacía el prójimo… Tal vez, todo comience a funcionar, sin ese carácter condenatorio que caracteriza a las entidades construidas, que han forjado autómatas sociales empapados con discursos irreverentes hacia los derechos de los pobres.
